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19 noviembre 2006

Viaje a ninguna parte

El soñador andaba perdido por un lugar extraño. Guiado por la mirada de la luna, caminaba por un paraje rodeado de edificios que antaño desafiaban al cielo pero que ahora yacían disgregados por el suelo junto a infinidad de fotografías que asfaltaban el camino, como un inmenso puzzle de recuerdos y escombros. Las farolas cabeceaban alejándose de sus eternos 90 grados y ningún sonido adornaba el ambiente. La única compañía sonora era su cada vez más rápida respiración y el lenguaje de sus pasos. Buscó un lugar dónde poder descansar. Encontró un banco o más bien un pariente anciano de lo que debió ser en otro tiempo un banco y se tumbó.

El soñador, como buen soñador, volaba sin alas. Así que cerró sus ojos y se evadió. En un instante todo había cambiado. Abrazado por sol, caminaba un terreno en otro tiempo andado. El cielo hacía gala de su nombre con toda intensidad y los árboles danzaban al son de un viento caprichoso que movía sus extremidades en un frenético oleaje. Pero el viento venía adornado por el manto invisible de un olor familiar. Un aroma que fluía acariciando sus fosas nasales sin ser identificado y se adueñaba de sus pensamientos. Un recuerdo vestido de fragancia que devolvía a su memoria un reflejo dorado. Perseguido por ese olor pretérito llegó a la calle de los recuerdos pasados. Y allí recordó.

Recordó un tiempo en el que la amistad se bebía a tragos largos. Un tiempo en el que los problemas eran anécdotas. Recordó un tiempo en que sus manos pintaban caricias, que sus brazos regalaban calor. Un tiempo en el que sus labios dibujaban versos, de largos paseos bajo la lluvia, de risas sin prisas, de charlas sin fin. Un tiempo repleto de sueños e inquietudes regadas de pasión.

Un familiar reflejo inundó sus ojos. El rastro de una melena rubia dibujaba en el aire la señal del camino que debía seguir. Pero el primer paso murió en el intento. Sus pies se hundían y no podía hacer nada. La realidad comenzaba a devorarlo.

El soñador despertó de su sueño y se encontró de nuevo inmerso en aquel entorno de pesadilla que era su propia realidad. Tomó una decisión. Decidió jubilar su mote y enfrentarse a la verdad. Era hora de despertar, de dejar de soñar y arreglar ese desastre en el que se había convertido su vida. Buscó una pala y empezó a limpiar todo aquel desorden.

Apareció ante él una escalera, miró arriba y descubrió una presencia que lo observaba. No conseguía distinguir quién era, tan solo podía sentirla. Hasta él llegaba de nuevo ese manto invisible que le abrigó en su sueño, ese olor intenso y embriagador. ¿Son los sueños realidad o es la realidad un sueño? Se preguntó... Daba igual… Coronaría aquella escalera y escaparía de allí siguiendo el rastro de aquella melena rubia que tanto empeño se había tomado en hacerlo despertar.

Imagen: Lost Coyote

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1 Comentarios:

Blogger Isthar dijo...

Me gustaría creer que es despertando como se consiguen hacer realidad los sueños, pero no que haya por ello que renunciar a seguir soñando, aunque sea en otras cosas.

Quizá de eso se trate y no me haya dado cuenta, de tener que dejar de soñar para que las cosas sean reales.

Pero es que me sentiría tan vacía sin
sueños...

20/11/06 17:33  

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