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23 diciembre 2006

Cuadro en blanco

Allí estaba, esperando en el lugar de siempre, nervioso y muerto de miedo. La última semana había sido dura. Desde la última despedida no habían vuelto a hablar. Quizá siete días no es mucho tiempo pero cuando estás tan unido a alguien, la carencia de contacto distorsiona el sentido del tiempo. Las horas parecen días y cualquier acción se eterniza. El último adiós se cerró con la condición de no verse más. Pasaron los días sin saber el uno del otro, sin ponerse en contacto, renunciando a lo natural, a ese contacto cotidiano que se iniciaba ante cualquier excusa, con cualquier pretexto, porque saber el uno del otro es lo único que importa.

Tuvo la tentación de finiquitar antes la situación pero era consciente de que debía de mantenerse firme y recapacitar el porqué de haber llegado a este punto. Pero es complicado pensar cuando decides extirpar algo que sientes que es parte de ti. Un vacío crece y crece en tu interior y todo intento de razonamiento es engullido por él, como un agujero negro que también de paso absorbe tu alegría. Tras muchas horas de reflexión llegó a la conclusión de que lo mejor era mantener las distancias, crear un espacio entre los dos, porque su amistad estaba llegando a la frontera.

Con la ayuda de dos breves mensajes, decidieron verse. Y Allí estaba, esperando en el lugar de siempre, nervioso y muerto de miedo, porque las personas de carácter son inestables en situaciones límite y las reacciones suelen ser imprevisibles y en esta ocasión dos de ellas compartirían mesa.

Ella llegó y con sólo
cruzar su mirada, descubrió el tamaño del vacío que había provocado su ausencia, cuanto la había echado de menos. Su primera intención fue acercarse a ella, para abrazarla, para robarle su calor y sentir de nuevo su olor penetrando por todos los poros de su piel. Porque unos días de forzada condena lo único que habían conseguido era reforzar la sensación de que su vida no sería igual sin su compañía, sin tenerla a su lado, sin saber de ella. Pero necesitaba mantener la distancia, debía ser fuerte, tenían que hablar.

La conversación tuvo un inicio un tanto titubeante. Él expuso sus motivos, sus razones y sus porqués. Intentó relatar el pequeño infierno que había vivido esos días encerrado en sí mismo, reflexionando, nadando contra corriente, peleando razón con corazón. Ella asentía y comprendía, replicando con su versión, que no era más que el reflejo del mismo relato pero contado desde la otra cara del espejo. Sostuvieron un instante la mirada y empezaron a reír. Ni quince minutos pudieron estar frente a frente sin volver a ese estado natural en el que su complicidad ahoga cualquier tormento porque inunda el ambiente de una felicidad infinita. Se quieren. Se necesitan. Se tienen el uno al otro… ¿Que más pueden pedir?

Porque su relación es una unión de dos almas. Una relación en la que tan solo una mirada es suficiente para comprender, para entender, para perdonar, que provoca que el tiempo se acelere o se encoja según se encuentren o se separen, que estimula la necesidad de contarse mil cosas, para luego encontrarse y olvidarlo todo en un instante. Uno lo llama amistad, el otro, amor. ¿Qué importa como lo quieran llamar? Es el mismo sentimiento, le pongan la etiqueta que le pongan.

Tiempo atrás había tomado la decisión de pintar su vida con los colores más intensos que pudiera encontrar y en ella había encontrado muchos de los tonos y matices que había soñado. Así que decidió seguir a su lado, pintando el lienzo del presente con los pigmentos que nacen cuando están juntos... Porque sin ella, su vida sería un cuadro en blanco…

Imagen: Ksenija Spanec

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1 Comentarios:

Blogger Unknown dijo...

....ahhhh, que envidia!.... a mi esas cosas no me pasan, las relaciones acaban y punto.

....y punto final.... :(

24/12/06 16:17  

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