Antiguamente la tolerancia y el odio eran amigos. Vivían juntos en un lugar no muy lejano, cerca de un bosque en el que todos sus elementos convivían en armonía siguiendo la senda del ciclo de la vida. Un buen día llegó un viajero, la compasión. La tolerancia y la compasión enseguida se hicieron amigos. Pasaban horas y horas hablando de cómo hacer este mundo mejor. La compasión explicaba como su maestro, la bondad, le enseñó que la mejor manera de llegar al corazón de las personas era brindando siempre la mano para ayudar a quién más lo necesita, sin condición ni recompensa, pues todos tus actos, positivo o negativos, siempre tienen una influencia retroactiva sobre la actitud de las personas hacia nosotros mismos. La tolerancia escuchaba atentamente y le explicaba como su mentor, la comprensión, le inició en el arte de valorar a todo el mundo por igual, sin distinción, pues todos somos iguales pero a la vez diferentes y que todo el mundo merece la oportunidad de hacerse valer.
Pero el odio se moría de envidia. Nunca consiguió entenderse tan bien con su amiga como ese extranjero había conseguido tan solo en unos días. Aprovechando la situación, la venganza, que siempre había estado enamorada del odio, comenzó a intoxicarle de celos. Y un buen día el odio estalló. La tolerancia y la compasión intentaron de mil maneras hacerle entrar en razón. Pero el odio ciego de celos y de envidia solo tenía oídos para la venganza. Ante esta situación, la tolerancia y la compasión tuvieron que abandonar la región. Pero aun siguen volviendo, disfrazados para que no los reconozca la venganza, para intentar calmar a su amigo, que cada vez esta más ciego y más sordo...
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